OPINIÓN: ¿Qué importancia social y política puede tener el sexo si no existe el género?, por Pablo Morterero*.
Cuestionar
el género como constructo social implicó luchar contra los roles de género. Acabar
con los roles de género supone el principio del fin del género como categoría
social y por consiguiente condenar a la irrelevancia el sexo, relegándolo a una
característica corporal más de la persona.
Desde hace tiempo, el feminismo viene luchando contra los roles de género. Es decir, aquellos valores y comportamientos que se les asignan a las personas en función de su sexo.
Porque contra toda la evidencia científica que actualmente disponemos, el patriarcado históricamente ha fijado un sexo binario como la base de su sistema segregador, sobre el que ha construido su estructura de poder coercitivo: por un lado, ha establecido el sujeto masculino como aquella persona con cromosoma XY, pene, escroto y barba, entre otros elementos, asignándoles valores racionales y de autoridad, con roles de violencia y proveedor de bienes, debiendo sentir atracción afectiva y sexual hacia mujeres y concediéndole el dominio del espacio público; mientras el sujeto femenino sería aquella persona con cromosoma XX, vulva y pechos, entre otros elementos, asignándoles valores emocionales, con roles de maternidad y cuidados, debiendo sentir atracción afectiva y sexual hacia hombres, relegándola a la esfera privada.
Como contrapunto, el actual patriarcado, a través de una ciencia igualmente patriarcal, ha condenado a todas aquellas personas que no se ajustan a este binomio a ser tratadas como enfermas y deformes. Así, las personas homosexuales y bisexuales aún son tratados como enfermos mentales en numerosos países. Las personas intersex ven referir su diversidad corporal como malformaciones, y su realidad cromosomática XXY o su insensibilidad a los andrógenos como “síndrome”. Además, aquellas personas que no asumen el género que se les asigna al nacer de acuerdo con su corporalidad se les tacha de sufrir disforia o incongruencia de género.
El feminismo acertó en fijar como objetivo la lucha superar los roles de género, ya que son los barrotes que no solo encierran a hombres y mujeres en oscuras celdas, sino que también son los pilares que sustentan el injusto sistema patriarcal, no solo para la mitad de la población considerada femenina, sino también para la mayoría de los considerados hombres, obligados a vivir una “masculinidad” impostada e infeliz, a los que se les engaña con un supuesto lugar de privilegio que les niega valores emocionales asignados a las mujeres.
El éxito feminista de cuestionar el género y su lucha contra los roles de género ha provocado una dinámica que a muchas mujeres feministas no solo ha sorprendido sino también espantado. Porque las nuevas generaciones, animadas a derribar los debilitados, antiguamente férreos, barrotes de los roles de género, han empezado a cuestionar la base sobre el que se sustentaba el género y sus roles: el sexo, sobre todo en su carácter binario.
Además, la posibilidad que el propio feminismo ha facilitado a minorías como el de las personas homosexuales, bisexuales, intersex y trans de tener una voz propia, ha reforzado esta dinámica que ha hecho saltar por los aires la falacia del patriarcado del binomio sexual sobre el que se había construido.
Sólo puede calificarse de reacción de pánico los discursos que desde determinadas cátedras feministas se empeñan en defender el sexo binario, como anteriormente había realizado el patriarcado, como un hecho biológico, esforzándose igualmente en negar la evidencia científica de la realidad corporal de las personas intersex y de la realidad de la identidad de las personas trans.
Asustadas e incapaces de admitir que su lucha ha cuestionado paradigmas profundamente instalado en sus inconscientes, la reacción de algunas relevantes feministas ha sido posicionarse junto a fuerzas reaccionarias de la ultraderecha conservadora y religiosa en temas como la ley trans, no sólo compartiendo discursos sino incluso estrategias.
Sorprende que la capacidad histórica del feminismo en sus análisis fallase en algo tan evidente: sólo era cuestión de tiempo que el cuestionamiento del género llevase a cuestionar el sexo como categoría social y política. El éxito final del feminismo, alcanzar la plena igualdad, significa relegar el sexo a una cuestión corporal de intrascendencia política y social, igual que pasa con el color de los ojos y del pelo.
* Pablo Morterero Millán es presidente de la Asociación Adriano Antinoo.
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